Ayn Rand y la Innovación

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Decía Ayn Rand, filósofa rusa, en el alegato de Howard Roark, personaje de su novela The Fountainhead, que la mente razonadora no puede funcionar bajo ninguna forma de coacción, como tampoco puede estar subordinada a las necesidades, opiniones o deseos de los demás. Incluso, en su novela previa, Anthem, esbozó ideas símiles con perfecta claridad al afirmar que es nuestra mente la que piensa, y el juicio de la susodicha es la única luz que puede encontrar la verdad. Todo ello se direcciona hacia la creatividad como finalidad. 

Para ella —y en ello concuerdo— el anquilosamiento de las mentes pensantes, innovadoras y creadoras acaece cuando un tercero pretende injerirse en el proyecto vital de las personas, ya sea para establecer parámetros de regulación restrictiva o para practicar cualquier ideal distributivo para la renta o la riqueza con arreglo a algún criterio particular.

Así lo concluye, además, el 70% o más en todos los países de Latinoamérica encuestados en el reciente documento desarrollado y publicado por la Alianza Somos Innovación. Ciertamente, todas estas personas convergen en la misma disposición: la innovación se ve impedida por la cantidad de burocracia e intervención estatal en los países. La gente responde como sólo la expresión francesa pudiera abarcar su posición: Laissez faire, «dejad hacer, dejad pasar». Se demanda mayor libertad para poder innovar.

Nuestros países deben aspirar ser un lugar donde todo hombre pueda ser libre para buscar su felicidad. Para ganar y producir, no para ceder y renunciar. Para prosperar, no para morir depauperados. Para realizar, no para saquear. Para mantener como la propiedad más querida el sentido del valor personal y como virtud más apreciada el respeto propio. En suma, para innovar, crear valor y riqueza, usando como principal herramienta la capacidad de nuestra mente. 

Evoquemos a Rand y sus postulados regularmente: Crear, recordemos, significa el poder de traer a la existencia una composición —o una combinación o una integración— de elementos naturales que no había existido antes. Esto es cierto para cualquier producto humano, científico o estético: la imaginación del hombre no es más que la capacidad de reordenar las cosas que ha observado en la realidad. Eso es innovar.

 

Fuente: Fundación Ciudadano Austral

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