En Defensa del “Cornucopianismo”

yellow and black heavy equipment on snow covered ground during daytime

El Dr. Pangloss, un personaje en la novela satírica Cándido de Voltaire padece el famoso engaño de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Si usted tiene una tendencia hacia el pesimismo, usted podría considerar “panglosiano” como un buen adjetivo para describir a aquellos de nosotros que hablamos sin cesar acerca del progreso. Para evitar el Panglosianismo, cualquier buen mensajero del progreso debe mantener dos pensamientos en la cabeza al mismo tiempo: el mundo tiene muchos problemas, pero también está mejorando.

Morimos, pero mucho más tarde de lo que solíamos hacerlo antes. Una porción cada vez más pequeña de la población mundial es analfabetadesnutrida, o extremadamente pobre. Las personas en casi todos los países es menos probable que mueran de tuberculosisdiarrea, y otras enfermedades que han arrasado con la humanidad durante milenios. Incluso las muertes en guerra y por homicidio parecen estar en un declive a largo plazo (con una manada de países como El SalvadorHonduras, y Venezuela contrariando esa tendencia).

El término del difunto Hans Rosling, “posibilista”, es una descripción más precisa para aquellos que reconocemos que vivimos en un mundo imperfecto pero que está mejorando. Un posibilista, escribió Rosling, es “alguien que ni espera sin razón, ni teme sin razón, es alguien que constantemente se resiste a asumir una visión demasiado dramática”. Aún así, incluso este tipo de optimismo molesta a los detractores.

Una reciente acusación de panglosianismo proviene de dos destacados biólogos evolutivos, Heather Heying y Bret Weinstein. En el libro recientemente publicado A Hunt-Gatherer’s Guide to the 21st Century, ellos atacan al “Cornucopianismo”, la creencia económica de que el crecimiento infinito es posible y que los recursos no son finitos. “La gran mayoría de los recursos de la tierra son finitos”, argumentan ellos. “Desde el caucho hasta la madera y el petróleo, desde el cobre hasta el litio y los zafiros, todos son limitados”.

Esta idea es desafortunadamente común. En Human Race: 10 Centuries of Change on Earth, un libro que reseñé este verano, el historiador prolífico Ian Mortimer argumenta que es una certeza que el petróleo se acabará. Precisamente porque estamos explotando el oro negro de manera tan descontrolada, “se acabará en algún momento en este milenio, no hay duda acerca de eso; es solo cuestión de cuándo” (énfasis agregado). Ambas nociones están equivocadas —o al menos seriamente exageradas.

El petróleo de Mortimer

Según el último BP Statistical Review of World Energy, las reservas comprobadas del mundo de petróleo ascendían a 1.732,4 miles de millones de barriles el año pasado. Durante 2019, el año pre-pandemia más reciente, el mundo consumió alrededor de 31.000 millones de barriles, implicando que tenemos tan solo alrededor de 56 años de reservas de petróleo restantes —un poco menos si el consumo de petróleo fuese a seguir aumentando con su tendencia histórica. Según ese razonamiento, Mortiner está siendo conservador; el petróleo se acabará este siglo.

Un momento, no es tan sencillo. En el año 2000, utilizamos 25.200 millones de barriles de petróleo de las reservas petroleras de 1.300,9 mil millones (52 años de oferta retante). Hoy tenemos 56 años restantes de oferta, aun cuando ahora usamos 25 por ciento más petróleo que en el 2000. Durante los últimos 20 años, entonces, la humanidad ha utilizado mucho petróleo, pero el petróleo se ha vuelto más abundante. ¿Cómo es posible eso?

Mientras que la cantidad total de petróleo en el subsuelo no cambia mucho de un año a otro, tres cosas más importantes si:

  1. Qué tanto petróleo conocemos.
  2. Qué tanto de ese petróleo podemos técnicamente extraer.
  3. Qué tanto de ese petróleo es económico extraer.

Esas tres cosas cambian a través del tiempo, y eso hace una gran diferencia. Encontramos petróleo en lugares que no sabíamos que existía, y nuevas tecnologías desatan reservas anteriormente inaccesibles. Y, si el petróleo se vuelve más escaso, su precio aumenta, alentando así un menor consumo y una mayor producción. Siempre y cuando los precios sean libres de reflejar la realidad económica, llegaremos a una conclusión “cornucopiana”: el petróleo no se acabará antes de que se vuelva obsoleto.

Una ballenero de fines del siglo diecinueve podría haber realizado el mismo argumento que Mortimer. Las ballenas son un recurso finito. Estas se reproducen lentamente. Dada la ambición de la humanidad, su deseo de luz, y los barcos balleneros cada vez más rápido, Moby Dick no tiene esperanza. Su especie perecerá antes de que algún momento en el próximo milenio.

Excepto, por supuesto, que la realidad fue muy distinta. Hoy, casi todas las especies de ballenas baleen en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) están varias categorías arriba de “En peligro crítico” (la mayoría se encuentran en la categoría de “menos preocupación”) y todas menos dos especies de Ballenas Derechas están aumentando. Las ballenas jorobadas, aquellas criaturas majestuosas que sorprenden a los turistas en cada océano, puede que hayan sobrepasado sus números de tiempos pre-industriales, según las investigaciones reportadas en la revista Time.

Lo que sucedió fue que las nuevas invenciones superaron al aceite de ballena en la provisión de combustible y alumbramiento, y las demandas de los consumidores —y su riqueza— cambió tanto que casi todos los países han prohibido la caza de ballenas.

La cornucopia de materiales crudos

Los materiales crudos como el cobre, la plata, el estaño, o la madera son finitos. Por lo tanto, los pesimistas se preocupan de que algún día se acabarán. Pero esta conclusión está equivocada. Los materiales crudos son físicamente limitados, pero los recursos son económicamente infinitos. Esto es así porque el valor económico no es intrínseco al valor físico. En cambio, el valor es subjetivo, existiendo solo en las mentes de los consumidores y en los fines que los consumidores elijan. En otras palabras, podemos obtener un valor infinito de una cantidad determinada de materiales.

Andrew McAfee de MIT demostró que podemos obtener más con menos. El número de átomos puede que sea fijo, pero esos átomos pueden ser combinados y re-combinados en una variedad infinita de maneras, permitiendo que saciemos nuestras necesidades y deseos en maneras que son mejores, más rápidas, más baratas y menos despilfarradoras. Además, no hay un límite respecto de cuánto podríamos especializarnos o reestructurar nuestro trabajo, producción o consumo.

Los materiales también pueden ser re-utilizados. Casi todo el cobre que la humanidad alguna vez ha extraído de la tierra (algunos tres millones de toneladas más o menos) todavía está con nosotros —en los edificios que nos albergan, en el cableado por el cual transita nuestra electricidad, el equipo que nos entretiene, y los servidores que hacen posible y almacenan nuestras vidas digitales.

Nos quedan cientos de años de reservas de uranio e incluso más de carbón. Los depósitos conocidos de bauxita, de minerales de los cuales extraemos el aluminio, durarán cientos de años a la velocidad que los usamos actualmente. O tal vez incluso mucho más que eso. Cuando los materiales crudos se vuelven demasiado “escasos” y, por lo tanto, demasiado caros, pasaremos a usar otra cosa para hacer andar nuestra civilización. Mientras que hay alguna cantidad finita de petróleo y otros materiales crudos en el suelo, los precios de mercado y los avances tecnológicos asegurarán que nunca los usemos todos. Durarán para siempre.

La acusación de Heying y Weinstein acerca del “cornucopianismo” puede que sea contrarrestada con otro término más sólido e investigado: Marian Tupy y Gale Pooley hablan de la “superabundancia”— “una condición donde la abundancia está aumentando a una tasa más rápida que el crecimiento de la población”. Ellos demuestran que 50 materiales crudos comunes se han vuelto menos escasos durante los últimos cuarenta años, cuando ajustamos para la inflación y los aumentos de ingreso.

Contrario a las afirmaciones de escasez, parece que más personas y más crecimiento económico suelen beneficiar, no empobrecer, a la humanidad. Aunque el planeta alberga muchas más personas que están compitiendo por los mismos materiales, tenemos más acceso a más materiales crudos que lo que teníamos hace 20 o 40 años atrás. Esta es una característica, no un exabrupto o una avería.

Cuando consideramos adecuadamente el poder de los precios de mercado para distribuir los recursos, nuestra capacidad de descubrir sustitutos, y la historia del cambio tecnológico, una conclusión muy contra-intuitiva surge: los recursos no renovables, como el petróleo y el cobre, nunca se acaban.

Puede que ese no sea el mejor de los mundos posibles, pero es mucho mejor que lo que muchas personas creen.

 

Fuente: El Cato

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