Desmantelar los Gigantes de la Tecnología Sería un Error

Durante las repercusiones de la crisis financiera mundial del 2007-2008 surgió la idea de que algunas empresas son tan grandes e importantes -independientemente de sus decisiones corporativas a veces imprudentes y de sus cálculos de riesgo defectuosos- que el gobierno federal debía salvarlas y mantenerlas intactas.

De ahí la frase «demasiado grandes para dejarlas fracasar».

En un giro de ironía, el gobierno está detrás de las grandes empresas de nuevo, pero hoy en día por una razón diferente: son demasiado grandes para tener éxito. Los CEOs de Amazon, Apple, Facebook y Google están enfrentando acusaciones antimonopolio y escrutinio por su supuesto dominio del mercado. Los cuatro CEOs testificaron ante el Congreso en julio, y ahora Google se enfrenta a una demanda antimonopolio del Departamento de Justicia (DOJ).

Los funcionarios federales pueden pedir que se regule el comportamiento de las empresas tecnológicas, dividiéndolas en empresas más pequeñas, o tal vez ambas cosas. El Congreso y el DOJ tampoco son sus únicos adversarios políticos, ya que se espera que la Comisión Federal de Comercio (FTC) y muchos fiscales generales estatales también inicien investigaciones.

La pregunta es: ¿con qué fin?

Todos entendemos la naturaleza problemática de los monopolios. Los monopolios tienen una mayor capacidad para controlar la cantidad ofrecida, aumentar el precio, o ambas cosas. A los economistas no les gustan los monopolios porque entendemos que resultan en menos innovación y acceso restringido.

Las lecciones de economía nos muestran que las economías son naturalmente orgánicas, más que diseñadas. No hay nada nuevo en la legislación antimonopolio – arrastrar a las grandes empresas de tecnología frente al Congreso no es sorprendente. Pero lo que no recordamos, o tal vez nunca aprendimos en primer lugar, es que estas decisiones gubernamentales para «proteger» a los consumidores de los llamados «monopolios» es poco probable que resulten en un mercado más competitivo. La decisión de regular o quebrar las grandes empresas tecnológicas será arbitraria, como todas las decisiones del gobierno. La regulación en este sentido se enfrenta a los mismos problemas que la planificación económica central: el principal de ellos es el supuesto erróneo de que, de alguna manera, los burócratas saben cuál debe ser el tamaño de las empresas, o que incluso saben cómo hacer más competitivos los mercados a través de la legislación.

Además, las decisiones de interferir en un mercado que funciona ahogarán la innovación y aumentarán los costos. El aumento de los costos de hacer negocios se transmitirá, por supuesto, a los consumidores. Y esto perjudicará más a los que están en el quintil de ingresos más bajos. Otra lección de consecuencias no deseadas es que, por muy bien intencionadas que sean nuestras intenciones, a menudo perjudicamos a las mismas personas que tratamos de proteger mediante este tipo de legislación. Y las Big Tech (grandes empresas tecnologías) no caerán sin luchar, así que puedes esperar que pongan cada gramo de poder político y de lobby para usar estas intervenciones regulatorias y beneficiarse a sí mismos. Seguramente, su (y nuestro) tiempo sería mejor empleado en otras formas.

Siempre deberíamos preocuparnos por la dinámica de poder. Eso es cierto en todas las instituciones creadas por el hombre, porque los seres humanos amamos el poder donde y cuando podamos obtenerlo. Pero este reconocimiento debería abrirnos los ojos para ver que el poder no es sólo un problema potencial en los negocios, sino también en los salones del Congreso, en nuestras iglesias, e incluso en nuestras organizaciones sin fines de lucro. Como tal, necesitamos buscar entornos institucionales que frenen ese poder.

Piénsalo: el burócrata de la FTC tiene mucho más poder que Jeff Bezos. ¿Por qué? No tienes que comprar en Amazon; tienes muchas alternativas, lo que ayuda a mantener a los empresarios bajo control. No es que Amazon o Google no tengan el deseo de aumentar su poder, es que no tienen un curso natural para obtenerlo. El beneficio económico no es igual al poder coercitivo. Pero las instituciones políticas son un asunto completamente diferente, tienen el poder de coerción, y como tal, deberíamos estar mucho más preocupados por cómo lo van a usar.

De hecho, deberíamos estar menos preocupados por cómo son las grandes empresas y mucho más preocupados por las alianzas políticas que los CEOs desean hacer con los legisladores; eso es amiguismo corporativo, que asigna ganadores y perdedores. Lo grande no es intrínsecamente malo, y en algunos casos lo grande es mejor porque permite la eficiencia de la cadena de suministro y permite que esos grandes gigantes de la tecnología nos traigan costos más bajos.

«Demasiado grande para fracasar» fue un error porque rescató a las empresas incompetentes durante la crisis financiera mundial. Desmantelar las grandes empresas hoy en día también sería un error y conduciría a precios más altos, menos innovación y más amiguismo. La innovación a través de la iniciativa empresarial es la fuente del crecimiento económico y la prosperidad individual en este país. Protejamos eso dejando que el mercado funcione.

Fuente: La Fundación para la Educación Económica (FEE)

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