El Papel de la Cultura en la Innovación

incandescent bulb on black surface

La cultura estadounidense está inmersa en un debate sobre la tecnología y la innovación. Por un lado, una encuesta tras otra arroja perspectivas abrumadoramente positivas sobre los beneficios de la tecnología. Por otro lado, libros superventas como The Shallows y The Age of Surveillance Capitalism, artículos populares en publicaciones como The Atlantic y The New York Times, y documentales como The Social Dilemma consideran la tecnología con recelo y temor.

Las encuestas muestran que el público es optimista respecto a la tecnología, pero también apoya una mayor regulación que frene el progreso tecnológico. Otros sondeos señalan un escaso apoyo a tecnologías emergentes como los vehículos autónomos, la inteligencia artificial y los drones. En resumen, la cultura estadounidense se encuentra en una encrucijada: pesimismo tecnológico u optimismo, miedo o esperanza. La historia ha demostrado que esta elección, una elección continua, tiene profundas consecuencias para el bienestar humano.

La innovación, especialmente la tecnológica, ha llevado a la humanidad de la subsistencia a la prosperidad, mejorando la vida de millones de personas. En los últimos doscientos años han mejorado la esperanza de vida, la mortalidad infantil, la erradicación de enfermedades, las condiciones de la vivienda, las plagas, los viajes, la velocidad de las comunicaciones, el saneamiento, la calidad y el coste de los alimentos, la calidad y el coste de la ropa y los ingresos por persona. Los recursos educativos y las opciones de entretenimiento se han vuelto más baratos, de alta calidad y omnipresentes.

La innovación y la tecnología han sido fundamentales para estas mejoras. El Mayflower, por ejemplo, tardó 66 días en cruzar el Atlántico. El vuelo típico de Londres a Nueva York dura apenas 7 horas. Ese salto en la calidad del transporte no podría haber ocurrido sin una mejor tecnología, y no se produjo en el vacío.

Aunque la innovación es una actividad profundamente humana -la fabricación de herramientas, por ejemplo, nos diferencia de la mayoría de los demás organismos-, la historia demuestra que la innovación no es inevitable. De hecho, estos últimos doscientos años son un parpadeo en la historia de la humanidad, que en su mayor parte estuvo tecnológicamente estancada. Al igual que una planta en flor, el progreso tecnológico necesita un entorno adecuado para prosperar. En concreto, requiere una cultura que abrace la innovación.

La importancia de la cultura para la innovación ha quedado patente a lo largo de la historia. Por citar un ejemplo dramático, la imprenta de Johannes Gutenberg, que el empresario alemán inventó en 1450, no fue el primer descubrimiento de este tipo. La primera imprenta conocida se inventó en China casi mil años antes. Sin embargo, la imprenta de Gutenberg cambió el mundo porque se implantó en una cultura que fomentaba la innovación y el uso.

Una de las formas en que la cultura afecta a la innovación es fomentando o desalentando a los innovadores, es decir, a las personas dispuestas a experimentar y asumir riesgos. La gente tiene un deseo natural de inventar, pero los innovadores tienen más libertad para desarrollar y difundir inventos cuando se encuentran en una cultura que acoge la innovación.

Hoy en día, es una insignia de honor ser de «clase trabajadora» o ser conocido como un trabajador duro. Pero durante la mayor parte de la historia de la humanidad, como explica la historiadora económica Deirdre McCloskey en su libro de 2010 Bourgeois Dignity, era mucho más honorable ser un erudito de élite, un burócrata del gobierno o un funcionario religioso que un trabajador o un comerciante, y el comercio y la innovación eran ridiculizados. Señala la ausencia de empresarios como personajes en la mayoría de las obras de Shakespeare -excepto El mercader de Venecia y Las alegres comadres de Windsor-. En la Inglaterra del siglo XVII y en los Países Bajos, esta cultura empezó a cambiar. Los innovadores, y sus innovaciones, pasaron a ser culturalmente aceptados y alabados, lo que condujo a la calidad de vida que disfrutamos hoy en día.

Participar en cuestiones culturales significa comprometerse con opciones, acciones y actitudes que repercuten en la adopción o aplicación de las nuevas tecnologías. Esto incluye las representaciones de la tecnología, los empresarios y los innovadores en los medios de comunicación, la literatura, la retórica pública, las normas sociales y las actitudes, así como los debates éticos y morales. La retórica, la religión, la creencia en el progreso y la libertad son cuatro aspectos importantes de las actitudes culturales hacia la tecnología. La cultura no se limita a estos factores, pero ilustran cómo podría ser «una cultura que abraza la innovación».

La retórica, o «los medios de persuasión [no forzados]», como la define McCloskey en Bourgeois Dignity, desempeña un papel fundamental en la cultura. McCloskey subraya que la retórica y la libertad son los ingredientes fundamentales de la repentina tendencia al alza de las condiciones de calidad de vida. Las culturas que empezaron a alabar al innovador y al comerciante cotidiano en lugar de denigrarlos experimentaron un importante crecimiento económico y un aumento del bienestar. Las culturas con una retórica que fomentaba y mantenía una atmósfera abierta a la innovación son las que han experimentado una innovación sostenida.

La literatura, el teatro, el arte, las películas y otros artefactos culturales pueden contener una retórica en torno a la innovación. Por desgracia, en las historias que consumimos es más fácil ver a la tecnología como el villano que como el héroe o el ayudante. En el contexto de los debates sobre la inteligencia artificial se menciona a Terminator con mucha más frecuencia que al útil C-3PO de La Guerra de las Galaxias. ¿Qué venera más nuestra cultura? Black Mirror o Star Trek? Estas historias influyen en la apertura cultural a la innovación.

La religión informa de muchas creencias culturales. Oradores populares, escritores y pastores influyentes influyen en las perspectivas religiosas a través de herramientas en línea, programas y libros superventas. Arthur Diamond, de la Universidad de Nebraska Omaha, subraya que la religión tiene un poder único por su autoridad, su estructura de creencias metafísicas y el alto valor de los principios éticos personales.

Al hablar de la historia del café, el difunto Calestous Juma, de la Universidad de Harvard, señaló que la difusión de la bebida se vio inicialmente frenada por la importante resistencia de los líderes religiosos y políticos. Sin embargo, cuando el Papa Clemente VIII dictaminó que los cristianos de Europa podían beber café, ayudó a impulsar la difusión del producto. Del mismo modo, las personas religiosas de hoy en día se fijan en sus líderes, en los textos sagrados y en los escritores respetados para informarse sobre temas como la innovación.

La creencia en el progreso y en un futuro mejor son también ingredientes clave para fomentar una cultura de la innovación. La Revolución Científica europea rompió la antigua norma que consideraba a los filósofos griegos como el patrón de oro de la ciencia. En su lugar, esta época se convirtió en una época de experimentación y de construcción de nuevas ideas con una visión de futuro. La noción de que el futuro puede ser incluso un lugar mejor que el presente o el pasado influye profundamente en que una cultura esté abierta o cerrada a la innovación.

Por último, la libertad, tanto cultural como política, para innovar es importante. Algunas culturas a lo largo de la historia, como Japón durante los periodos Tokugawa o Edo (1603-1867), se cerraron completamente a las nuevas ideas e innovaciones. Otras adoptaron un enfoque cerrado pero más moderado, como la China Ming (1368-1644), los otomanos (1299-1922) y Rusia de forma intermitente durante los últimos doscientos años.

Por el contrario, Japón floreció después de abrirse al resto del mundo tras la Restauración Meiji en 1868, al igual que China tras su reincorporación a la economía mundial después de 1978 y la India tras sus reformas económicas en 1991.

Por supuesto, estas culturas han cambiado desde estos periodos y han fomentado sus propias innovaciones. Estados Unidos ha dado históricamente más libertad a los innovadores y tiene una economía que lidera el mundo, pero no está garantizado que ese estatus persista en el futuro. Por último, hay que subrayar que estos no son más que cuatro de los innumerables factores que conforman la respuesta cultural a las nuevas tecnologías y a la innovación.

¿Qué hay que hacer? El cambio cultural es difícil, pero no imposible. Dada la tremenda ventaja de una cultura favorable a la innovación, como demuestran las mejoras en la calidad de vida a nivel mundial, hay que actuar empezando por áreas discretas: fomentar los emprendedores culturales y combatir el miedo irracional contando la historia positiva de la innovación.

Los emprendedores culturales también desempeñan un papel importante a la hora de proporcionar ideas, retórica y apoyo a quienes buscan inventar e innovar. La historia europea muestra que hay tres niveles de emprendedores culturales: las superestrellas como el filósofo inglés Francis Bacon y el matemático inglés Isaac Newton, un segundo nivel de divulgadores e intérpretes menos conocidos en el siglo XVII, como el científico y médico inglés Thomas Browne, el filósofo italiano Tommaso Campanella y el polímata e «intelectual» Samuel Hartlib, cuyos 25.000 folios están disponibles en su totalidad aquí, y un tercer nivel de nombres olvidados que ayudaron a difundir esas ideas. Emprendedores culturales actuales como Jason Feifer, Jason Crawford en Roots of Progress, Nir Eyal, que escribe sobre salud mental y tecnologías, y los autores mencionados anteriormente son buenos ejemplos. Y, por supuesto, organizaciones como Human Progress.

Hoy en día, a menudo mostramos una actitud de cautela y moderación hacia la innovación. Existe una retórica contraria que insta a los innovadores a frenar o evitar ciertos tipos de nuevas tecnologías, y muchos creen que pensar seriamente en la tecnología significa ser crítico con ella. Según un análisis interno de Stand Together (donde trabajo), de los 35 libros de no ficción sobre tecnología más leídos publicados entre 2018 y 2019, aproximadamente el 60 por ciento eran negativos hacia la innovación.

Hay que contar la historia positiva y la historia de la innovación. En un mundo ideal, las innovaciones y las personas que las crean, especialmente las que están empezando, serían celebradas en todas las culturas. La valentía en la búsqueda de estos principios sería admirada y emulada. Los jóvenes y los mayores aspirarían a ser innovadores y buscarían nuevas aventuras y nuevas formas de hacer las cosas. Los académicos desarrollarían nuevas tecnologías, instruirían a los innovadores y estudiarían cómo fomentar la invención y la innovación. Los líderes empresariales competirían en el mercado para obtener la aprobación de los consumidores en lugar de hacerlo en los pasillos del gobierno para obtener la aprobación legislativa. Los estadounidenses de todas las profesiones y condiciones sociales podrían observar el progreso que les rodea, las formas tangibles en que sus vidas han mejorado, y sentirse optimistas sobre el futuro.

La cultura estadounidense se encuentra ahora mismo en medio de este debate, y hay indicios de que el pesimismo podría ganar. Aunque las soluciones políticas favorables a la innovación son cruciales y deben mantenerse, cambiar las actitudes culturales hacia la innovación es igual de importante. Al igual que el desarrollo tecnológico que fomenta, mover la aguja cultural requiere la voluntad de luchar y fracasar, aprender del fracaso y trabajar por un futuro mejor. De ello depende nada menos que la vida de nuestros descendientes.

Traducido por el equipo de Somos Innovación

 

Fuente: Human Progress

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